Tras pasar algunos años en la cárcel, Frank, un experto ladrón de joyas, decide retirarse del negocio. Pero para poder llevar una tranquila vida familiar, antes necesita tener dinero suficiente para partir de cero junto a su mujer y sus hijos. Ansioso por alcanzar esta vida aparentemente idílica, Frank deja a un lado su desconfianza inicial y acepta el encargo de un mafioso muy poderoso arriesgando su propio futuro.
El primer largometraje para cine de Michael Mann supuso una auténtica revolución en la estética y ética del cine criminal a nivel mundial.
Casi se podría considerar la película que inaugura los 80 y avanza aciertos formales cuya influencia llegan hasta nuestros días. Con un guion parcialmente inspirado en un hecho real y contando con criminales y policías en su reparto (lo que dota a la película de un impactante verismo), el director ya puso en esta película todas las constantes que luego se convertirían en su sello personal, fotografía cuidada y estética, montaje milimétrico y musical, rodaje en ambientes naturales, diálogos mínimos, música electrónica; eso en cuanto a la forma. El contenido también incide en la obsesiva visión del mundo del director, ética entre hombres, compromiso profesional y laboral, historia de amor fatalista, personajes incapaces de escapar a su destino o crítica a las corporaciones frente al individuo. Mann introdujo en el cine norteamericano un estilo nuevo en el cine de acción, así como constantes existencialistas claramente inspiradas en la obra Jean-Pierre Melville. No en vano la presente película se repone anualmente en Francia con el acertado título de Le solitaire.
No es ajeno al culto y éxito de esta película, la interpretación de James Caan, posiblemente en la que sea su mejor creación, cosa que el propio actor ha afirmado en alguna ocasión.